En 1978 se estrenó, bajo el título de “La
escopeta nacional”, la primera película de la trilogía “Nacional” o “De la
familia Leguineche”. En ella, ambientada en la España del tardofranquismo, y
acaso la mejor de la serie, entre otras pequeñas y disparatadas historias y
líos que se imbrican y engarzan, se cuenta cómo un empresario catalán paga una
cacería a miembros de la alta sociedad, políticos y amigos bien posicionados en
el régimen para intentar obtener la influencia del Ministro de Industria, y
colocar en el mercado un nuevo producto industrial -porteros automáticos- en la
creciente industria inmobiliaria.
Con
esta película, el director de la saga, el gran Luis García Berlanga sólo
pretendía hacer lo mismo que con todas sus anteriores: poner de manifiesto
alguna de las miserias de la España de la época. Lo hizo con El Verdugo sobre
la pena de muerte, o con Plácido sobre la falsa caridad, por ejemplo. La
Escopeta Nacional muestra hasta dónde está dispuesto a llegar un tipo de
ciudadano, malllamado empresario, para obtener ventajas de los políticos y
beneficiarse ilícitamente, y hasta qué grado de corrupción están dispuestos a
bajar algunos gobernantes para lucrarse gracias a su posición.
Desde
que tuvimos noticia de la llamada “Operación púnica”, que simplemente es uno
más en la escalada de gravísimos y escandalosos casos de corrupción entre
empresarios y políticos, hemos oído en más de una ocasión en tertulias de
periodistas referirse a ese caso como otra “Escopeta Nacional”. Y nada más
lejos de la realidad. Granados y sus secuaces dejan a los personajes encarnados
por José Sazatornil y Antonio Ferrandis, el empresario Canivel y el Ministro de
Industria en la película, respectivamente, en inocentes parvulitos jugando en
el patio del colegio, ingenuos personajillos sin malicia. Quien haya visto la
película y tenga datos del caso Operación Púnica sabe que ambas historias no
pueden compararse salvo en el planteamiento. Lo de Berlanga se queda en un
chiste. La magnitud de lo perpetrado y lo robado por el político madrileño y su
trama suponen una vuelta de tuerca que el genial director valenciano no podría
haber imaginado.
Lo
que sí hizo once años después de terminar la trilogía “Nacional”, ya casi al
final de su carrera, penúltima de sus casi veinte películas fue una, que
debería ser premonición y destino para los sinvergüenzas de la Operación
Púnica, una película que para esos no debería ser ficción, sino cruda y próxima
realidad y, que como ustedes ya sabrán, se titulaba “Todos a la cárcel”.
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