jueves, 6 de noviembre de 2014

LA ESCOPETA NACIONAL

En 1978 se estrenó, bajo el título de “La escopeta nacional”, la primera película de la trilogía “Nacional” o “De la familia Leguineche”. En ella, ambientada en la España del tardofranquismo, y acaso la mejor de la serie, entre otras pequeñas y disparatadas historias y líos que se imbrican y engarzan, se cuenta cómo un empresario catalán paga una cacería a miembros de la alta sociedad, políticos y amigos bien posicionados en el régimen para intentar obtener la influencia del Ministro de Industria, y colocar en el mercado un nuevo producto industrial -porteros automáticos- en la creciente industria inmobiliaria.
            Con esta película, el director de la saga, el gran Luis García Berlanga sólo pretendía hacer lo mismo que con todas sus anteriores: poner de manifiesto alguna de las miserias de la España de la época. Lo hizo con El Verdugo sobre la pena de muerte, o con Plácido sobre la falsa caridad, por ejemplo. La Escopeta Nacional muestra hasta dónde está dispuesto a llegar un tipo de ciudadano, malllamado empresario, para obtener ventajas de los políticos y beneficiarse ilícitamente, y hasta qué grado de corrupción están dispuestos a bajar algunos gobernantes para lucrarse gracias a su posición.
            Desde que tuvimos noticia de la llamada “Operación púnica”, que simplemente es uno más en la escalada de gravísimos y escandalosos casos de corrupción entre empresarios y políticos, hemos oído en más de una ocasión en tertulias de periodistas referirse a ese caso como otra “Escopeta Nacional”. Y nada más lejos de la realidad. Granados y sus secuaces dejan a los personajes encarnados por José Sazatornil y Antonio Ferrandis, el empresario Canivel y el Ministro de Industria en la película, respectivamente, en inocentes parvulitos jugando en el patio del colegio, ingenuos personajillos sin malicia. Quien haya visto la película y tenga datos del caso Operación Púnica sabe que ambas historias no pueden compararse salvo en el planteamiento. Lo de Berlanga se queda en un chiste. La magnitud de lo perpetrado y lo robado por el político madrileño y su trama suponen una vuelta de tuerca que el genial director valenciano no podría haber imaginado.

            Lo que sí hizo once años después de terminar la trilogía “Nacional”, ya casi al final de su carrera, penúltima de sus casi veinte películas fue una, que debería ser premonición y destino para los sinvergüenzas de la Operación Púnica, una película que para esos no debería ser ficción, sino cruda y próxima realidad y, que como ustedes ya sabrán, se titulaba “Todos a la cárcel”.

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