Reconozco que, como a
todos los españoles, aunque no a todos por las mismas razones, me interesa el
fenómeno “Podemos”. Me parece asombroso que un grupo de treintañeros, tan bien
preparados como desconocidos hace apenas medio año, sea hoy la opción política
más pujante y de mayor aceptación por la ciudadanía, relegando a puestos de
escasa importancia a partidos como Izquierda Unida y UPyD, y disputándole al
Partido Popular y al PSOE el primer lugar en intención de voto de cara a las
próximas convocatorias electorales. Y amenazando así con acabar con el eterno
bipartidismo que ha dominado la vida política de nuestro país desde que podemos
elgir a nuestros gobiernos.
Está claro que el fenómeno
ha sorprendido a todos, y muy especialmente a los políticos; a los que están en
el gobierno, a los que están en la oposición, y a los que no acaban de decidir
dónde están. Pero también a los periodistas de todas las tendencias y a otros
líderes de opinión. Y también a los empresarios y a los banqueros. Y todos,
como si, por una vez, estuvieran en el mismo barco, coinciden en ver en Podemos
un peligro para el sistema.
A su líder, de nombre tan
políticamente evocador como Pablo Iglesias, lo acusan de todo para
desprestigiarlo, y parece que cuanto más se empeñan en esa estrategia, más
adeptos gana. Lo tachan de populista y de tener estrechas relaciones con
regímenes tan dudosos como Venezuela o Irán. Lo tildan de proetrra, de
comunista, y de no sé que más. Pero, hasta hoy, no consiguen reducir, más bien
al contrario, el altísimo grado de simpatía que sigue recibiendo de los
ciudadanos de todos los estratos e ideologías. Hay quien dice que un gran
empresario del mundo de la comunicación inventó todo esto para disgregar a la
izquierda, y que se le ha ido de las manos. Y que ahora no saben cómo reconducir tan
amenazante situación.
Tengo un amigo que no es
político ni politólogo, ni periodista ni sociólogo, ni gran empresario, ni nada
de todo eso. Pero es muy observador y no tiene un pelo de tonto. Él cree que el
fenómeno Podemos ha surgido, sobre todo, como respuesta aglutinante del
descontento anónimo y general ante las medidas políticas adoptadas por la
crisis, que han recaído sólo en los más desfavorecidos y en las clases
medias y no en quién provocó la crisis ni en quien está adoptado esas medidas,
y ante los terribles casos de corrupción político-empresarial que nos asaltan
diariamente. Y dice que, si los gobernantes y los poderes económico-financieros
que gobiernan a los gobernantes quieren desactivar definitivamente a los
muchachos de Podemos, sólo tienen que deshacer las cosas que han provocado su
surgimiento y alientan su imparable ascenso. Es decir, por ejemplo, que los
casos de corrupción dejen de estar intencionadamente impunes, que las
consecuencias de la crisis dejen de ser pagadas sólo por los trabajadores y los
parados, que cambien leyes tan injustas como la que permite a los bancos
desahuciar y obligar a los desahuciados a seguir pagando las hipotecas, o la
del aforamiento de políticos y magistrados, o que las grandes fortunas paguen
impuestos y dejen de evadir capitales a paraísos fiscales, y un larguísimo
etcétera que no cabe en este catalejo. Y sostiene mi amigo que si esto se fuera
haciendo, aunque fuera poco a poco, seguramente el fenómeno Podemos iría
perdiendo a la vez su razón de ser y al poco desaparecería. Y todos tan
contentos. Eso dice mi amigo. Pero qué sabe él de eso, por muy listo que sea,
si no es político ni politólogo, ni periodista ni sociólogo, ni nada de nada.
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