Algunas veces pasan estas cosas. Aparcas donde acostumbras, en el mismo
lado del bulevar, bajo el mismo árbol, ya sin hojas, de siempre. Bajas
del coche y, de camino al trabajo, te la encuentras ahí, tirada en el paso de
cebra, chafada en un extremo, sin duda atropellada y abandonada en medio de la
calle: una barra de pan que alguien, quizá por las prisas, perdió o no quiso
recoger cuando acaso se le cayó de una bolsa de plástico escasa y frágil.
No recuerdas haber visto
nunca antes una barra de pan entera y reciente tirada en la calle como ves
habitualmente esos objetos que llamamos genéricamente “basura”: ropa o calzado
viejo junto a un contenedor, un periódico de ayer, arrugado o rasgado, un paquete
de tabaco vacío y pisado, o una colilla. Y por eso, reparas en ello, piensas en
lo extraño de la situación y vuelves la cabeza y la mirada hacia el lugar donde
aún reposa la insólita barra de pan, y te quedas observándola y confirmas que
es real, y que, en la parte no aplastada, está crujiente aún; por un instante
haces ademán de recogerla, porque, no sabes por qué, no puedes consentir ver
una barra de pan en el suelo. Pero no lo haces. Y sigues tu camino junto a las
otras personas que cruzan con prisa el paso de cebra hacia sus trabajos, sus
compras o sus ocios.
Ya en el trabajo, te
asalta varias veces, sin saber por qué, la imagen de la todavía dorada barra de
pan, anónima y simbólica, sobre el asfalto en mitad de la calle y estropeada
tal vez por accidente; la visión de la gente pasando por encima de ella sin
cogerla o retirarla. Al poco, piensas que el asunto no tiene mayor importancia;
sabes que hoy una barra de pan vale muy poco o casi nada, es decir 30 ó 40
céntimos. Te dices si acaso no le estás dando demasiadas vueltas a algo tan
insignificante como doscientos gramos de agua, harina, levadura y sal. Y, al
poco, y por un tiempo, te olvidas de todo y te ocupas de atender los
correos y las tareas que tenías pendientes. Y terminas tu jornada y sales del
trabajo.
De camino al coche, cruzando el mismo paso de cebra, te la vuelves a
encontrar, ya completamente atropellada por innumerables vehículos y apenas
reconocible, pero casi en el mismo sitio. Sólo tú sabes que era, que es, pan
del día. Y conduces despacio hacia tu casa, con la música de siempre, pensando
en las cosas que tienes que hacer mañana.
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