jueves, 20 de noviembre de 2014

EN EL PASO DE CEBRA

Algunas veces pasan estas cosas. Aparcas donde acostumbras, en el mismo lado del bulevar, bajo el  mismo árbol, ya sin hojas, de siempre. Bajas del coche y, de camino al trabajo, te la encuentras ahí, tirada en el paso de cebra, chafada en un extremo, sin duda atropellada y abandonada en medio de la calle: una barra de pan que alguien, quizá por las prisas, perdió o no quiso recoger cuando acaso se le cayó de una bolsa de plástico escasa y frágil.
                No recuerdas haber visto nunca antes una barra de pan entera y reciente tirada en la calle como ves habitualmente esos objetos que llamamos genéricamente “basura”: ropa o calzado viejo junto a un contenedor, un periódico de ayer, arrugado o rasgado, un paquete de tabaco vacío y pisado, o una colilla. Y por eso, reparas en ello, piensas en lo extraño de la situación y vuelves la cabeza y la mirada hacia el lugar donde aún reposa la insólita barra de pan, y te quedas observándola y confirmas que es real, y que, en la parte no aplastada, está crujiente aún; por un instante haces ademán de recogerla, porque, no sabes por qué, no puedes consentir ver una barra de pan en el suelo. Pero no lo haces. Y sigues tu camino junto a las otras personas que cruzan con prisa el paso de cebra hacia sus trabajos, sus compras o sus ocios.
                Ya en el trabajo, te asalta varias veces, sin saber por qué, la imagen de la todavía dorada barra de pan, anónima y simbólica, sobre el asfalto en mitad de la calle y estropeada tal vez por accidente; la visión de la gente pasando por encima de ella sin cogerla o retirarla. Al poco, piensas que el asunto no tiene mayor importancia; sabes que hoy una barra de pan vale muy poco o casi nada, es decir 30 ó 40 céntimos. Te dices si acaso no le estás dando demasiadas vueltas a algo tan insignificante como doscientos gramos de agua, harina, levadura y sal. Y, al poco, y por un  tiempo, te olvidas de todo y te ocupas de atender los correos y las tareas que tenías pendientes. Y terminas tu jornada y sales del trabajo.
              De  camino al coche, cruzando el mismo paso de cebra, te la vuelves a encontrar, ya completamente atropellada por innumerables vehículos y apenas reconocible, pero casi en el mismo sitio. Sólo tú sabes que era, que es, pan del día. Y conduces despacio hacia tu casa, con la música de siempre, pensando en las cosas que tienes que hacer mañana.

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