Sin duda la palabra estrella de esta semana es “abdicación”. El diccionario de la Real Academia de la Lengua ofrece tres acepciones, muy parecidas, de esta palabra: la primera es “Dicho de un rey o de un príncipe: Ceder su soberanía o renunciar a ella.” La segunda, “Renunciar a derechos, ventajas, opiniones, etc., o cederlos.” Y la última, “Privar a alguien de un estado favorable, de un derecho, facultad o poder.”
No es una palabra de uso muy común; en primer lugar, precisamente porque está íntimamente relacionada con el ámbito de los reyes,las reinas y los reinados; también porque “abdicar” es algo que sólo los reyes pueden hacer; pero, sobre todo, porque no es habitual que un rey abdique. Coincidir en el tiempo con un rey que abdique es algo que a uno le pasa una vez o ninguna a lo largo de su vida. Y el lunes pasado nos pasó a los españoles, dejándonos descolocados, y a la prensa,a todos los medios de comunicación, sin otros argumentos informativos.
“Abdicar” es principalmente “renunciar”. Si es difícil que un rey abdique, y ya tiene que darse una complicadísima conjunción de razones, no lo parece menos que los que no somos más que simples y humildes ciudadanos de a pie renunciemos a algo de lo poco que tenemos.
Cuando un rey abdica, no lo hace porque sí: lo hace por algo lo suficientemente importante o por alguien igualmente importante. Y cuando lo hace, deja de ser rey. Vivir es enfrentarse diariamente a alternativas; y hay que escoger unas y, sobre todo, renunciar a otras. Y no siempre, ni mucho menos, estamos dispuestos a renunciar. A nada. ¿Cuándo fue la última vez que usted, que está escuchando, renunció a algo realmente importante? ¿Por qué fue? ¿Por quién?
EL CATALEJO. RADIO CHINCHILLA,
jueves, 5 de junio de 2014.
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